En un viejo baúl que había en casa de mis abuelos encontré un puñado de libros antiguos con páginas amarillentas, dos juguetes metálicos de cuerda algo desvencijados y oxidados, un catálogo de modas de los años 50, unas postales en blanco y negro pero algo coloreadas con románticas dedicatorias manuscritas y rubricadas, una vieja pluma con la tinta reseca, un par de relojes de cuerda , uno de ellos sin cristal pero que curiosamente funcionaba y un montón de cachivaches muy largo de enumerar. Saqué todo, lo puse a mi alrededor y en ese momento sentí como nacía en mi una poderosa fascinación por todo lo “viejuno” . Cuarenta años después sigo con esa, llamémosla “adicción” a todas estas cosas que no son más que parte de nuestra historia inmediata y que sería muy triste que se perdiesen.
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