FRAGMENTO DE UNA CARTA CON LA FIRMA DE EVARISTO SAN MIGUEL. Montado sobre hoja .
De la Real Academia de la Historia:
Nació en el seno de una familia de la pequeña nobleza: su padre, Benito Fernández San Miguel, era empleado de la receptoría de la Real Renta de Salinas, en Gijón, y poseía algunos bienes; su madre, Rita Valledor y Navia, hija de un importante cargo de la Real Renta de Salinas, pertenecía a la selecta clase social gijonesa. Evaristo fue el séptimo de los nueve hijos del matrimonio, entre los que destacaron el primogénito, Juan Nepomuceno, importante jurista, y Santos, teniente general. Realizó sus primeros estudios en el Real Instituto de Náutica y Mineralogía con destacadas notas.
En mayo de 1805 ingresó en el Ejército, como cadete del Regimiento Primero de Voluntarios de Aragón, junto a su hermano Santos. La Guerra de la Independencia sorprendió a Evaristo Fernández San Miguel como subteniente del Regimiento de Voluntarios del Estado, y su participación directa en aquellos sucesos fue al mando de una guardia en la red de San Luis, cuya posición abandonó ante la superioridad de los franceses. Marchó después a Asturias para unirse a los planes de defensa de la Junta General del Principado y fue hecho prisionero, en la acción de Peña del Castillo (Santander), el 9 de julio de 1809.
Se le condujo a Francia, donde permaneció hasta la firma del tratado de Valençay (1813).
Incorporado de nuevo al Ejército, fue destinado al Regimiento Asturias, que formó parte del llamado Ejército Expedicionario de Ultramar, que desde principios de 1816 se acantonó en Cádiz preparándose para embarcar para América, con la misión de sofocar los intentos de emancipación en aquellos territorios.
El cambio de rumbo de la política española, que acaeció tras el regreso del Fernando VII el Deseado, con la abolición de la Constitución de 1812, la persecución de los liberales y la vuelta al absolutismo, fue la causa de un estado de descontento que afectó a amplios sectores de la población española y del Ejército.
Y fueron los militares, precisamente, quienes hicieron oír sus protestas contra la política absolutista de Fernando VII: los generales Mina, Porlier y Lacy, principalmente y la conspiración del coronel Vidal, en Valencia, fueron los pronunciamientos más sonados, previos a la Revolución de 1820. El castigo de que fueron objeto estos generales, que gozaban de gran prestigio, y la labor clandestina de la masonería en el seno del Ejército Expedicionario de Ultramar, convirtieron a esta unidad militar en protagonista de la citada Revolución. Por otra parte, la propaganda acerca del estado lamentable de los barcos en los que debía embarcar la tropa, la finalidad de la expedición misma y los problemas acuciantes de la política española, se utilizaron como argumentos para fortalecer las ansias revolucionarias. San Miguel era ya teniente coronel y tuvo una gran actividad en los planes previos a la Revolución. Miembro activo de la masonería, el 19 de julio de 1819 fue detenido en la llamada “conjuración del palmar”, junto a varios jefes y oficiales, y conducido, con su hermano Santos y el coronel Arco Agüero, al castillo de San Sebastián, en Cádiz.
El primero de enero de 1820, Rafael del Riego, segundo comandante del Regimiento Asturias, inició su levantamiento en la localidad sevillana de Las Cabezas de San Juan. En la noche del 6 de enero, Evaristo San Miguel, su hermano y otros oficiales se fugaron del castillo de San Sebastián, con ayuda exterior, y se dirigieron hacia la playa de Santa Catalina, en El Puerto de Santa María, y se unieron a las tropas de Riego, el Héroe de las Cabezas, como segundo jefe de Estado Mayor. El coronel Quiroga, elegido jefe de aquel movimiento revolucionario, organizó su cuerpo de ejército en San Fernando, iniciándose entonces un período de tensa espera de adhesiones que no llegaban a cristalizar, por parte del resto de las unidades militares.
Acantonados en San Fernando, con el mar a la espalda y los realistas capitaneados por José O’Donnell, hermano del conde de La Bisbal, por el frente, la estrategia seguida por los revolucionarios fue dividir sus fuerzas en dos cuerpos de ejército: uno, a la órdenes directas de Quiroga, resistiría en San Fernando, y el resto, a las órdenes directas de Riego, partiría, formando la llamada Columna Móvil, con el doble objetivo de situarse fuera del alcance de los realistas, pudiendo operar en la retaguardia de éstos si llegaba el caso y, entretanto, recorrer Andalucía haciendo propaganda revolucionaria. De la citada Columna Móvil fue San Miguel jefe de Estado Mayor.
Tenía ya fama de poeta y, junto a Alcalá Galiano, durante su estancia en San Fernando, había participado en la redacción de La Gaceta Patriótica del Ejército Nacional, publicación que daba cuenta de las actividades de las tropas revolucionarias. También había sido el encargado de redactar las proclamas que, firmadas por el propio Quiroga y dirigidas a la población, Riego repartió en los días siguientes al levantamiento.
Meses después de terminada la revolución, dio a la imprenta un trabajo, redactado en colaboración con el teniente coronel Fernando Miranda de Grado, titulado Memoria sucinta de las operaciones del Ejército Nacional de San Fernando desde su alzamiento el 1 de enero de 1820 hasta el establecimiento total de la Constitución política de la Monarquía. La historia de la Columna Móvil, que finalizó su periplo el 11 de marzo de 1820 en Bienvenida (Córdoba), tuvo como denominador común la huida y las deserciones, pues en esta última localidad apenas unas docenas de fieles seguidores acompañaban al carismático líder. Pero en ese período, Evaristo Fernández San Miguel redactó la letra definitiva del Himno de Riego y escribió la historia de la Columna en un trabajo titulado Memoria sucinta sobre lo acaecido en la Columna Móvil de las Tropas Nacionales al mando del comandante general de la primera División D. Rafael Del Riego, desde su salida de San Fernando el 27 de enero de 1820, hasta su total disolución en Bienvenida el 11 de marzo del mismo año (1820).
Masón, conocido con el nombre simbólico “Patria”, San Miguel desarrolló en adelante, a la vez que su carrera militar, una intensa carrera política e intelectual que le acompañaron a lo largo de su vida.
Fundó la sociedad patriótica Amantes del Orden Constitucional (1821), que tuvo su sede en el conocido café La Fontana de Oro; fundó el periódico El Espectador (1821-1823), de corte liberal, a través de cuyas páginas ejerció una ácida crítica de los realistas, y desplegó toda su influencia ante los sucesos de julio de 1822, cuando cuatro batallones de Guardias Reales intentaron acabar con el régimen liberal, atacando Madrid desde El Pardo. San Miguel, al frente del Batallón Sagrado, en el que figuraban Ramón Narváez y el futuro ministro —con Bravo Murillo—, Fermín Arteta, se presentó en el Ayuntamiento pidiendo armas para defender Madrid. Desbaratados los planes desestabilizadores, comenzó la causa del 7 de julio que, en definitiva, sirvió para dividir aún más a los propios liberales. San Miguel fue nombrado fiscal de la causa el 14 de julio (1822), y cesó en este cargo el 5 de agosto. En ese tiempo, planteó la pregunta de si como fiscal debería proceder ante un delito de sedición militar únicamente, o si debería también considerar las responsabilidades políticas que se desprendían de la propia acción seguida por los guardias sediciosos. Incómodo en el cargo, cualquier acción sobre este delicado asunto tendría consecuencias nefastas, pues los más radicales esperaban castigos ejemplares, incluso, para los más cercanos al Monarca implicados en este asunto.
El 5 de agosto fue nombrado secretario del Despacho de Estado. Tuvo que hacer frente a la amenaza de las potencias de la Santa Alianza que, reunidas en Verona (1822), determinaron finalizar con el régimen liberal español. A las notas intimidatorios de Francia, Rusia, Prusia y Austria, respondió Evaristo San Miguel en Las Cortes, ganando popularidad. El 24 de abril de 1823 dimitió y se incorporó al ejército de Mina, en Cataluña, para luchar contra los Cien Mil Hijos de San Luis. Herido gravísimamente cerca de Tramaced (Huesca), fue evacuado por los franceses y pasó luego a Londres (1824), donde se unió a los españoles emigrados. En esta etapa destaca por su actividad política, primero cerca de Mina y, más tarde, simpatizante de Torrijos. Colaboró en Ocio de los españoles emigrados y publicó Elementos del Arte de la Guerra, en dos tomos.
Regresó a España acogiéndose a una amnistía de la Reina gobernadora y puso en marcha otro proyecto periodístico: El Mensajero de las Cortes (1834). Reincorporado al Ejército, participó en la batalla de Mendigorría (1835), durante la Primera Guerra Carlista, resultando herido en un brazo, y en abril de 1836 le fue entregado el mando militar de la provincia de Huesca y se le nombró capitán interino de Aragón. Ya no era masón. La crisis política desatada en el Partido Liberal, simbolizado en el Gobierno presidido por Istúriz, determinó que San Miguel encabezara, en Zaragoza, una revolución política manifestando, a través de un comunicado dirigido a la Reina gobernadora, que la provincia se declaraba “independiente del gobierno de S. M.” (1836). Con el triunfo liberal progresista, San Miguel se centró en la guerra, al tiempo que el carlista Gómez iniciaba su expedición por las provincias del norte. San Miguel, nombrado capitán general del Ejército del Centro, decidió tomar Cantavieja, plaza que él consideraba importante centro carlista del Maestrazgo, lo que le valió diferencias con el Gobierno de Calatrava y críticas de los moderados.
Para replicar a unos y otros, publicó Breves observaciones que el general D. Evaristo San Miguel somete al público imparcial sobre su conducta en el mando militar de Aragón y del Ejército del Centro (1837).
Electo por la circunscripción de Oviedo como diputado a Cortes en la legislatura 1836-1837, fue uno de los redactores de la Constitución de 1837, cuya redacción justificó con un opúsculo titulado Las próximas Cortes (1837). En ese mismo año fue nombrado ministro de Guerra, Marina y Ultramar, en el gabinete de Espartero, cuando ya alternaba en las tertulias del Ateneo madrileño. Desde su empleo de brigadier, San Miguel, considerado ya un militar reformista, mantuvo una intensa campaña de ayuda al Ejército, buscando el golpe definitivo a la guerra carlista. En 1838 puso en pie otro proyecto periodístico, La Revista Militar y, en octubre, con el regreso de Espartero al poder, fue ascendido a capitán general de Castilla la Nueva, cargo que dejó para ocupar de nuevo un escaño en las Cortes por Zaragoza. Defensor decidido de la causa de Espartero, éste le premió nombrándole ministro de la Guerra (1841). En los once meses que estuvo al frente del ministerio se ocupó de la organización del Ejército; de las Milicias provinciales, del Cuerpo de Estado Mayor; de la sustitución de la Guardia Real por dos regimientos de Infantería y otros dos de Caballería y del establecimiento de los colegios militares para todas las armas; pero, especialmente, del establecimiento del sistema de ingreso en las Academias militares y del pago, por primera vez, de las clases pasivas, los abonos por campañas, la regulación de indultos para prisioneros carlistas y la creación de la Junta de Oficiales Generales para la revisión de las ordenanzas. San Miguel se ocupó, con carácter interino, de las carteras de Marina, Comercio y Gobernación de Ultramar. La caída del regente Espartero dio paso a la Década Moderada, cuando Evaristo Fernández San Miguel fue nombrado director del Cuerpo de Estado Mayor. Alejado de los empleos públicos, el Gobierno lo puso en situación “de cuartel”, alejándole de la Corte durante largos períodos.
Entonces se dedicó a preparar la biografía de Felipe II, que publicó con el título Historia de Felipe II, rey de España (1844-1847). Se mantuvo ajeno a los planes revolucionarios de Galicia (1846), y conservó su escaño a Cortes por el distrito de Maravillas (Madrid), hasta la disolución de la Cámara (1850). Se dedicó en este período a la investigación histórica y a escribir.
Fruto de esa labor fueron sus trabajos La cuestión española: nueva era (1850) y Vida de Agustín Argüelles (1851). También redactó el prólogo al libro Estado Mayor general del Ejército español, de Pedro Chamorro y Baquerizo, y el de Capitanes ilustres y revista de libros militares, de Manuel Juan Diana. Fue diputado a Cortes en las legislaturas de 1841, 1846, 1854-1856, senador vitalicio en 1851 y capitán general en 1856.
La Revolución de 1854, que puso fin a la etapa moderada para dar paso al llamado Bienio Progresista, aún le dio a San Miguel la oportunidad de ser protagonista de este lance histórico. El pronunciamiento de Leopoldo O’Donnell (la Vicalvarada), y el famoso Manifiesto de Manzanares, redactado por Cánovas, degeneraron en una situación revolucionaria especialmente violenta en Madrid, y que San Miguel aprovechó para hacer el último gran favor a su jefe Espartero, entregándole de nuevo el poder. Nombrado San Miguel jefe de la Junta de Salvación, el 19 de julio, tras los violentos sucesos de los días 17 y 18, reclamó el nombramiento de capitán general de Madrid, mantuvo intensa actividad publicando proclamas en nombre de la Junta y fue nombrado ministro universal, único enlace entre Isabel II y el pueblo, San Miguel negoció con la propia Reina el regreso de Espartero para hacerse cargo, de nuevo, del Gobierno.
La labor de San Miguel en aquellas jornadas fue la de un auténtico mediador entre los bandos combatientes, entre la Monarquía y el pueblo. El veterano general se presentó como un luchador de la libertad, como un liberal de toda la vida, en esta su última hazaña.
Ascendido a capitán general y nombrado comandante general del Real Cuerpo de Guardias Alabarderos (1855-1862), colaboró con entusiasmo en Las Cortes, periódico de corte liberal dirigido por Alonso Valdespino; se ocupó de la Milicia Nacional, publicando Guía del miliciano nacional (1856), y fue nombrado Grande de España de primera clase con la denominación de duque de San Miguel, por expreso deseo de la reina Isabel II.
Condecorado con las grandes cruces de San Hermenegildo, San Fernando y Carlos III; la medalla de sufrimientos por la Patria; la Cruz concedida al Ejército de Asturias; la del 7 de julio de 1822; la de Mendigorría; la de la toma de Cantavieja y la de 3.ª Clase de San Fernando, en la sesión de Cortes celebrada el 3 de noviembre de 1854 votó a favor de la monarquía de Isabel II. Era miembro de la Real Sociedad Económica de Amigos del País y presidente de la Sociedad Filantrópica de Milicianos Nacionales. Miembro de la Real Academia de la Historia (1852-1862), le correspondió la Medalla n.º 22. Su discurso de entrada, titulado Instituto de la Real Academia de la Historia, sus tareas y servicios que ha prestado, lo leyó el 3 de abril de 1853. Fue director interino de la institución desde octubre a diciembre de 1853 y, definitivamente, desde diciembre de 1855 hasta su muerte, acaecida en Madrid el 29 de mayo de 1862.
Nació en el seno de una familia de la pequeña nobleza: su padre, Benito Fernández San Miguel, era empleado de la receptoría de la Real Renta de Salinas, en Gijón, y poseía algunos bienes; su madre, Rita Valledor y Navia, hija de un importante cargo de la Real Renta de Salinas, pertenecía a la selecta clase social gijonesa. Evaristo fue el séptimo de los nueve hijos del matrimonio, entre los que destacaron el primogénito, Juan Nepomuceno, importante jurista, y Santos, teniente general. Realizó sus primeros estudios en el Real Instituto de Náutica y Mineralogía con destacadas notas.
En mayo de 1805 ingresó en el Ejército, como cadete del Regimiento Primero de Voluntarios de Aragón, junto a su hermano Santos. La Guerra de la Independencia sorprendió a Evaristo Fernández San Miguel como subteniente del Regimiento de Voluntarios del Estado, y su participación directa en aquellos sucesos fue al mando de una guardia en la red de San Luis, cuya posición abandonó ante la superioridad de los franceses. Marchó después a Asturias para unirse a los planes de defensa de la Junta General del Principado y fue hecho prisionero, en la acción de Peña del Castillo (Santander), el 9 de julio de 1809.
Se le condujo a Francia, donde permaneció hasta la firma del tratado de Valençay (1813).
Incorporado de nuevo al Ejército, fue destinado al Regimiento Asturias, que formó parte del llamado Ejército Expedicionario de Ultramar, que desde principios de 1816 se acantonó en Cádiz preparándose para embarcar para América, con la misión de sofocar los intentos de emancipación en aquellos territorios.
El cambio de rumbo de la política española, que acaeció tras el regreso del Fernando VII el Deseado, con la abolición de la Constitución de 1812, la persecución de los liberales y la vuelta al absolutismo, fue la causa de un estado de descontento que afectó a amplios sectores de la población española y del Ejército.
Y fueron los militares, precisamente, quienes hicieron oír sus protestas contra la política absolutista de Fernando VII: los generales Mina, Porlier y Lacy, principalmente y la conspiración del coronel Vidal, en Valencia, fueron los pronunciamientos más sonados, previos a la Revolución de 1820. El castigo de que fueron objeto estos generales, que gozaban de gran prestigio, y la labor clandestina de la masonería en el seno del Ejército Expedicionario de Ultramar, convirtieron a esta unidad militar en protagonista de la citada Revolución. Por otra parte, la propaganda acerca del estado lamentable de los barcos en los que debía embarcar la tropa, la finalidad de la expedición misma y los problemas acuciantes de la política española, se utilizaron como argumentos para fortalecer las ansias revolucionarias. San Miguel era ya teniente coronel y tuvo una gran actividad en los planes previos a la Revolución. Miembro activo de la masonería, el 19 de julio de 1819 fue detenido en la llamada “conjuración del palmar”, junto a varios jefes y oficiales, y conducido, con su hermano Santos y el coronel Arco Agüero, al castillo de San Sebastián, en Cádiz.
El primero de enero de 1820, Rafael del Riego, segundo comandante del Regimiento Asturias, inició su levantamiento en la localidad sevillana de Las Cabezas de San Juan. En la noche del 6 de enero, Evaristo San Miguel, su hermano y otros oficiales se fugaron del castillo de San Sebastián, con ayuda exterior, y se dirigieron hacia la playa de Santa Catalina, en El Puerto de Santa María, y se unieron a las tropas de Riego, el Héroe de las Cabezas, como segundo jefe de Estado Mayor. El coronel Quiroga, elegido jefe de aquel movimiento revolucionario, organizó su cuerpo de ejército en San Fernando, iniciándose entonces un período de tensa espera de adhesiones que no llegaban a cristalizar, por parte del resto de las unidades militares.
Acantonados en San Fernando, con el mar a la espalda y los realistas capitaneados por José O’Donnell, hermano del conde de La Bisbal, por el frente, la estrategia seguida por los revolucionarios fue dividir sus fuerzas en dos cuerpos de ejército: uno, a la órdenes directas de Quiroga, resistiría en San Fernando, y el resto, a las órdenes directas de Riego, partiría, formando la llamada Columna Móvil, con el doble objetivo de situarse fuera del alcance de los realistas, pudiendo operar en la retaguardia de éstos si llegaba el caso y, entretanto, recorrer Andalucía haciendo propaganda revolucionaria. De la citada Columna Móvil fue San Miguel jefe de Estado Mayor.
Tenía ya fama de poeta y, junto a Alcalá Galiano, durante su estancia en San Fernando, había participado en la redacción de La Gaceta Patriótica del Ejército Nacional, publicación que daba cuenta de las actividades de las tropas revolucionarias. También había sido el encargado de redactar las proclamas que, firmadas por el propio Quiroga y dirigidas a la población, Riego repartió en los días siguientes al levantamiento.
Meses después de terminada la revolución, dio a la imprenta un trabajo, redactado en colaboración con el teniente coronel Fernando Miranda de Grado, titulado Memoria sucinta de las operaciones del Ejército Nacional de San Fernando desde su alzamiento el 1 de enero de 1820 hasta el establecimiento total de la Constitución política de la Monarquía. La historia de la Columna Móvil, que finalizó su periplo el 11 de marzo de 1820 en Bienvenida (Córdoba), tuvo como denominador común la huida y las deserciones, pues en esta última localidad apenas unas docenas de fieles seguidores acompañaban al carismático líder. Pero en ese período, Evaristo Fernández San Miguel redactó la letra definitiva del Himno de Riego y escribió la historia de la Columna en un trabajo titulado Memoria sucinta sobre lo acaecido en la Columna Móvil de las Tropas Nacionales al mando del comandante general de la primera División D. Rafael Del Riego, desde su salida de San Fernando el 27 de enero de 1820, hasta su total disolución en Bienvenida el 11 de marzo del mismo año (1820).
Masón, conocido con el nombre simbólico “Patria”, San Miguel desarrolló en adelante, a la vez que su carrera militar, una intensa carrera política e intelectual que le acompañaron a lo largo de su vida.
Fundó la sociedad patriótica Amantes del Orden Constitucional (1821), que tuvo su sede en el conocido café La Fontana de Oro; fundó el periódico El Espectador (1821-1823), de corte liberal, a través de cuyas páginas ejerció una ácida crítica de los realistas, y desplegó toda su influencia ante los sucesos de julio de 1822, cuando cuatro batallones de Guardias Reales intentaron acabar con el régimen liberal, atacando Madrid desde El Pardo. San Miguel, al frente del Batallón Sagrado, en el que figuraban Ramón Narváez y el futuro ministro —con Bravo Murillo—, Fermín Arteta, se presentó en el Ayuntamiento pidiendo armas para defender Madrid. Desbaratados los planes desestabilizadores, comenzó la causa del 7 de julio que, en definitiva, sirvió para dividir aún más a los propios liberales. San Miguel fue nombrado fiscal de la causa el 14 de julio (1822), y cesó en este cargo el 5 de agosto. En ese tiempo, planteó la pregunta de si como fiscal debería proceder ante un delito de sedición militar únicamente, o si debería también considerar las responsabilidades políticas que se desprendían de la propia acción seguida por los guardias sediciosos. Incómodo en el cargo, cualquier acción sobre este delicado asunto tendría consecuencias nefastas, pues los más radicales esperaban castigos ejemplares, incluso, para los más cercanos al Monarca implicados en este asunto.
El 5 de agosto fue nombrado secretario del Despacho de Estado. Tuvo que hacer frente a la amenaza de las potencias de la Santa Alianza que, reunidas en Verona (1822), determinaron finalizar con el régimen liberal español. A las notas intimidatorios de Francia, Rusia, Prusia y Austria, respondió Evaristo San Miguel en Las Cortes, ganando popularidad. El 24 de abril de 1823 dimitió y se incorporó al ejército de Mina, en Cataluña, para luchar contra los Cien Mil Hijos de San Luis. Herido gravísimamente cerca de Tramaced (Huesca), fue evacuado por los franceses y pasó luego a Londres (1824), donde se unió a los españoles emigrados. En esta etapa destaca por su actividad política, primero cerca de Mina y, más tarde, simpatizante de Torrijos. Colaboró en Ocio de los españoles emigrados y publicó Elementos del Arte de la Guerra, en dos tomos.
Regresó a España acogiéndose a una amnistía de la Reina gobernadora y puso en marcha otro proyecto periodístico: El Mensajero de las Cortes (1834). Reincorporado al Ejército, participó en la batalla de Mendigorría (1835), durante la Primera Guerra Carlista, resultando herido en un brazo, y en abril de 1836 le fue entregado el mando militar de la provincia de Huesca y se le nombró capitán interino de Aragón. Ya no era masón. La crisis política desatada en el Partido Liberal, simbolizado en el Gobierno presidido por Istúriz, determinó que San Miguel encabezara, en Zaragoza, una revolución política manifestando, a través de un comunicado dirigido a la Reina gobernadora, que la provincia se declaraba “independiente del gobierno de S. M.” (1836). Con el triunfo liberal progresista, San Miguel se centró en la guerra, al tiempo que el carlista Gómez iniciaba su expedición por las provincias del norte. San Miguel, nombrado capitán general del Ejército del Centro, decidió tomar Cantavieja, plaza que él consideraba importante centro carlista del Maestrazgo, lo que le valió diferencias con el Gobierno de Calatrava y críticas de los moderados.
Para replicar a unos y otros, publicó Breves observaciones que el general D. Evaristo San Miguel somete al público imparcial sobre su conducta en el mando militar de Aragón y del Ejército del Centro (1837).
Electo por la circunscripción de Oviedo como diputado a Cortes en la legislatura 1836-1837, fue uno de los redactores de la Constitución de 1837, cuya redacción justificó con un opúsculo titulado Las próximas Cortes (1837). En ese mismo año fue nombrado ministro de Guerra, Marina y Ultramar, en el gabinete de Espartero, cuando ya alternaba en las tertulias del Ateneo madrileño. Desde su empleo de brigadier, San Miguel, considerado ya un militar reformista, mantuvo una intensa campaña de ayuda al Ejército, buscando el golpe definitivo a la guerra carlista. En 1838 puso en pie otro proyecto periodístico, La Revista Militar y, en octubre, con el regreso de Espartero al poder, fue ascendido a capitán general de Castilla la Nueva, cargo que dejó para ocupar de nuevo un escaño en las Cortes por Zaragoza. Defensor decidido de la causa de Espartero, éste le premió nombrándole ministro de la Guerra (1841). En los once meses que estuvo al frente del ministerio se ocupó de la organización del Ejército; de las Milicias provinciales, del Cuerpo de Estado Mayor; de la sustitución de la Guardia Real por dos regimientos de Infantería y otros dos de Caballería y del establecimiento de los colegios militares para todas las armas; pero, especialmente, del establecimiento del sistema de ingreso en las Academias militares y del pago, por primera vez, de las clases pasivas, los abonos por campañas, la regulación de indultos para prisioneros carlistas y la creación de la Junta de Oficiales Generales para la revisión de las ordenanzas. San Miguel se ocupó, con carácter interino, de las carteras de Marina, Comercio y Gobernación de Ultramar. La caída del regente Espartero dio paso a la Década Moderada, cuando Evaristo Fernández San Miguel fue nombrado director del Cuerpo de Estado Mayor. Alejado de los empleos públicos, el Gobierno lo puso en situación “de cuartel”, alejándole de la Corte durante largos períodos.
Entonces se dedicó a preparar la biografía de Felipe II, que publicó con el título Historia de Felipe II, rey de España (1844-1847). Se mantuvo ajeno a los planes revolucionarios de Galicia (1846), y conservó su escaño a Cortes por el distrito de Maravillas (Madrid), hasta la disolución de la Cámara (1850). Se dedicó en este período a la investigación histórica y a escribir.
Fruto de esa labor fueron sus trabajos La cuestión española: nueva era (1850) y Vida de Agustín Argüelles (1851). También redactó el prólogo al libro Estado Mayor general del Ejército español, de Pedro Chamorro y Baquerizo, y el de Capitanes ilustres y revista de libros militares, de Manuel Juan Diana. Fue diputado a Cortes en las legislaturas de 1841, 1846, 1854-1856, senador vitalicio en 1851 y capitán general en 1856.
La Revolución de 1854, que puso fin a la etapa moderada para dar paso al llamado Bienio Progresista, aún le dio a San Miguel la oportunidad de ser protagonista de este lance histórico. El pronunciamiento de Leopoldo O’Donnell (la Vicalvarada), y el famoso Manifiesto de Manzanares, redactado por Cánovas, degeneraron en una situación revolucionaria especialmente violenta en Madrid, y que San Miguel aprovechó para hacer el último gran favor a su jefe Espartero, entregándole de nuevo el poder. Nombrado San Miguel jefe de la Junta de Salvación, el 19 de julio, tras los violentos sucesos de los días 17 y 18, reclamó el nombramiento de capitán general de Madrid, mantuvo intensa actividad publicando proclamas en nombre de la Junta y fue nombrado ministro universal, único enlace entre Isabel II y el pueblo, San Miguel negoció con la propia Reina el regreso de Espartero para hacerse cargo, de nuevo, del Gobierno.
La labor de San Miguel en aquellas jornadas fue la de un auténtico mediador entre los bandos combatientes, entre la Monarquía y el pueblo. El veterano general se presentó como un luchador de la libertad, como un liberal de toda la vida, en esta su última hazaña.
Ascendido a capitán general y nombrado comandante general del Real Cuerpo de Guardias Alabarderos (1855-1862), colaboró con entusiasmo en Las Cortes, periódico de corte liberal dirigido por Alonso Valdespino; se ocupó de la Milicia Nacional, publicando Guía del miliciano nacional (1856), y fue nombrado Grande de España de primera clase con la denominación de duque de San Miguel, por expreso deseo de la reina Isabel II.
Condecorado con las grandes cruces de San Hermenegildo, San Fernando y Carlos III; la medalla de sufrimientos por la Patria; la Cruz concedida al Ejército de Asturias; la del 7 de julio de 1822; la de Mendigorría; la de la toma de Cantavieja y la de 3.ª Clase de San Fernando, en la sesión de Cortes celebrada el 3 de noviembre de 1854 votó a favor de la monarquía de Isabel II. Era miembro de la Real Sociedad Económica de Amigos del País y presidente de la Sociedad Filantrópica de Milicianos Nacionales. Miembro de la Real Academia de la Historia (1852-1862), le correspondió la Medalla n.º 22. Su discurso de entrada, titulado Instituto de la Real Academia de la Historia, sus tareas y servicios que ha prestado, lo leyó el 3 de abril de 1853. Fue director interino de la institución desde octubre a diciembre de 1853 y, definitivamente, desde diciembre de 1855 hasta su muerte, acaecida en Madrid el 29 de mayo de 1862.