1944
1743 - 1943 HOMENAJE DE LÉRIDA (LLEIDA) AL BEATO FRAY DIEGO JOSÉ DE CÁDIZ
INVITACIÓN DEL GOBERNADOR CIVIL Y JEFE PROVINCIAL DEL MOVIMIENTO A LA INAUGURACIÓN DE LA EXPOSICIÓN BIBLIOGRÁFICA DEL MISMO (CORREGIDO CON PLUMA DÍA 29 A LAS 18.30) HORAS EN EL ANTIGUO HOSITAL DE SANTA MARÍA, SEDE DEL INSTITUTO DE ESTUDIOS ILERDENSES. LÉRIDA, ABRIL DE 1944.
BONITA Y PEQUEÑA XILOGRAFÍA.
díptico 152 x 106 mm. aprox. ...pequeña mancha de óxido de grapa a ie de página lat. dcho.
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Fray Diego creyó que Dios le había escogido para hacerle el nuevo apóstol de España. Su director espiritual así se lo inculcaba repetidas veces: «Fray Diego misionero es un legítimo enviado de Dios a España». Y convencido de ello, el santo capuchino la emprendió lo mismo con las clases rectoras que con las masas populares.
El clero comprendió que los intelectuales y las clases burguesas emergentes (como las Sociedades Económicas de Amigos del País), con el consentimiento y aún con el apoyo de los gobernantes, abrirían las puertas del alma española a la revolución que venía de allende los Pirineos, disfrazada de «ilustración», con maneras galantes, a través del teatro y lecturas de teorías seductoramente racionalistas. Todo ello produciría en las inteligencias la «pérdida de Dios» . Luego vendría la «pérdida de Dios» en las costumbres del pueblo. También estaba el problema de la Economía y sus efectos sobre la moralidad de las clases dirigentes.
Con la expansión de la Ilustración francesa su prédica se fue radicalizando con toda naturalidad desde la sublimación espiritual hacia la reacción política más agresiva. Entre la España tradicional que se derrumbaba y la España revolucionaria que se vislumbraba, fray Diego toma sus posiciones, que son: ponerse al servicio de la Fe y de la Patria y presentar la batalla a las ideas disolventes de la Ilustración y a sus propagadores.
En su misión en Aranjuez y Madrid (1783) el beato se dirigió a la Corte. Pero los ministros del rey impidieron solapadamente que esta oyera la llamada de Dios. Intentó también fray Diego traer al buen camino a la vanidosa María Luisa de Parma, esposa de Carlos IV. Pero, convencido más tarde de que nada podía esperar, sobre todo cuando Godoy llegó a privado insustituible de Palacio, el santo misionero rompió definitivamente con la Corte, llegando a escribir, más tarde, con motivo de un viaje de los reyes a Sevilla: «No quiero que los reyes se acuerden de mí».
Además la Iglesia española se encontraba en un momento de cuestionamiento de la autoridad papal merced al continuo desarrollo de las teorías del regalismo. Había una serie de obispos, algunos amigos de Jovellanos, que eran partidarios de que el poder político nombrase obispos afines a las ideas de modernización. Entre ellos se contaban Félix Torres Amat, Felipe Bertrán (éste, obispo de Salamanca e Inquisidor general), José Climent o Antonio Tavira Almazán, todos ellos enfrentados a la Iglesia más reaccionaria, partidaria de la preeminencia del Papa. El fraile capuchino resistió en el mismo seno de la Iglesia estas corrientes reformistas, identificadas con lo que se ha dado en llamar «catolicismo ilustrado». En el lado contrario se encontraban el arzobispo de Burgos José Javier Rodríguez de Arellano y el arzobispo de Santiago Francisco Alejandro de Bocanegra y Xibaja.
Estatua al beato Diego erigida en Ronda. Hay otra similar en Cádiz. Obra de Francisco Parra.
Por su típico exceso de celo moralizador fray Diego José fue acusado de hablar en público en Sevilla contra los privilegios regalistas de la Corona y de haber injuriado a algunos personajes en 1786 en Zaragoza,. Se convirtió en acusador y en acusado. En una serie de conferencias espirituales dirigidas al clero en el seminario de San Carlos, atacó las opiniones de Lorenzo Normante y Carcavilla,abogado eminente y titular de la Cátedra de Economía Civil creada por la Real Sociedad Económica de Amigos del País Aragonés que apoyaba firmemente el consumismo: los gastos en bienes de lujo como un medio de generar empleo y de mejorar la economía del Estado. Fray Diego permaneció en Zaragoza desde el 11 de noviembre hasta el 31 de diciembre, dirigiendo a los eclesiásticos varios sermones destinados a desacreditar a la Económica, y denunciando a la Inquisiciónalgunas de las enseñanzas de Normante, que consideraba heréticas (concretamente la licitud de la usura, la utilidad del lujo, la necesidad de no hacer profesión religiosa hasta los veinticuatro años y el perjuicio que causaba al Estado el celibato eclesiástico). Fr. Diego acusa más genéricamente a Normante ante la Inquisición de "sostener que la superstición y los abusos de la Iglesia debían desterrarse para hacer feliz a España y que la Iglesia tenía usos opuestos a la felicidad de los Estados, a la vez que estas enseñanzas «preparaban a España a adoptar las producciones de autores extranjeros, sobre todo por los franceses". Proposiciones que, en realidad, ni siquiera figuraban en sus obras, como declaró en 1788 una Junta especial nombrada por el Consejo de Castilla.
En un sermón predicado en la catedral de Sevilla en 1784, osó cuestionar la apropiación estatal de los ingresos eclesiásticos al tiempo que denunciaba «el mal uso que muchos harían de las rentas y bienes de la Iglesia, invirtiéndolas en cosas a que no estaban destinadas». Este flagrante desafío a la política real no quedó sin respuesta. El Consejo de Castilla suspendió el derecho de predicación del fraile y lo desterró de Sevilla a Casares (Málaga). A pesar de todo, fray Diego José se sostuvo contumaz y convencido de la verdad de sus ideas. Fue absuelto y reivindicado. Fray Jerónimo de Cabra, superior provincial de los capuchinos se mostró exultante:
«Fray Diego», era un fuego abrasador, cuyos encendidos ardores salían de sus labios para aterrar y confundir a los incrédulos y rebeldes a Dios».
Fray Diego de Cádiz se sintió enormemente satisfecho del apoyo recibido por parte de la Iglesia local.
Impulsado por vocación y por temperamento al apostolado activo, propugnó una cruzada contra los revolucionarios franceses (1793-1795). Fray Diego participó en la guerra franco-española contra la Convención (1793-1795), utilizando como arma de combate su verbo y su libro El soldado católico en guerra de religión. Barcelona, 1794 (dirigido en forma de carta a su sobrino Antonio, enrolado como voluntario), y ese es el sentido que le darán después de su muerte sus continuadores absolutistas durante los años de 1808 a 1814 en su lucha contra los ejércitos napoleónicos en la Guerra de la Independencia.
Fray Diego simplemente encarnó el prototipo tradicional del misionero capuchino español cerril, aferrado a la intransigencia en materias de doctrina y moral y enemigo de cualquier actitud inteligente o placentera ante la vida.
Dentro de la retórica de su época, magistralmente parodiada por el padre Isla en su "Historia del famoso predicador Fray Gerundio de Campazas alias Zotes", la labor del fogoso orador fue decisiva para dar vida y sentido ideológico a la España que defendía el absolutismo como un elemento consustancial al catolicismo tradicional, encarnando el mito de una España ignorante, integrista y reaccionaria. Su fanatismo y su ideología perduraron después de su muerte hasta la actualidad en lo que se llamó el integrismo fundamentalista español. Por lo que Marcelino Menéndez Pelayo hace del beato Diego José de Cádiz la figura más representativa de la oratoria religiosa de España después de San Vicente Ferrer y San Juan de la Cruz.